Creo recordar que viajamos a Moscú para quedarnos con Austrian Airline que en este vuelo hace su escala en Praga. Un vuelo Madrid Moscú como pudiera haber sido otro, algo tan común que sin embargo es muy diferente a sencillo, habitual…. No es nada de eso. Y a pesar del tiempo transcurrido desde la caída de la URSS hoy sigue siendo una epopeya.
A Rusia /URSS no se viajaba así como así. O eres turista o vas con invitación (приглашение). Son las únicas formas de conseguir un visado que tiene características parecidas. Ambas tienen fecha de caducidad y están limitadas a las ciudades donde se encuentre el motivo de tu viaje. Si en el visado tienes permiso para ir a Moscú no puedes viajar a San Petesburgo. Luego se puede arreglar, pero ya tienes que transitar por ventanillas pidiendo, o arriesgarte y viajar sin ese permiso, que tampoco es facil.
Fuimos con una invitación que nos envió la madre de Lola y revisaron de arriba abajo en el Consulado de la URSS en Madrid.
Es curioso que todo el tiempo que vivimos allí siempre me sentí en estado de revisión y especialmente cuando cruzábamos el control de pasaportes en el aeropuerto de Sheremetevo.
Se formaban largas colas ante las cabinas del servicio de guardias de fronteras que dependía y sigue dependiendo de la Seguridad del Estado, o Servicio Federal de Seguridad, heredero del archiconocido Comité de Seguridad del Estado (Комитет государственной безопасности) que para resumir llamaré siempre KGB.
Llevábamos un papelito que descubrimos valía casi tanto como el visado, una encuesta que nos dieron en el avión con preguntas como si llevábamos armas, explosivos, joyas u obras de arte. Si al salir del pais habias perdido el papel podias tener serios problemas para salir, te llevarían a un despacho donde llaman a tu consulado, a sus jefes… el equipaje abierto y sacado de la maleta, tus papales mirados aún mas de lo que eran capaces en las cabinas de control, y ya es decir.
La cabina de control intimida al mas valiente. El guardia totalmente uniformado y con gorra de visera militar te observaba durante 5 eternos minutos de arriba abajo desde un posición estratégica, mas alta, de forma que podía ver muy bien tus ojos y rasgos faciales, con unas fuertes luces que te envolvían y un espejo a tu espalda, casi en el cogote, que veías lo usaban, no era un resto del pasado ni un curiosidad del modelo de cabina.
Inquietaba ver que escribian algo, pero no veias sus manos ni los papeles que manejaba. Siempre te hacen una pregunta, aunque no sean capaces de entenderte o te lo parezca. Una vez en uno de estos controles me echaron la bronca por haberme afeitado la barba.
En esos largos minutos ves que llaman a sus jefes o incluso vienen estos a verles a la cabina. Cuando terminan y te dejan pasar no puedes evitar soltar un suspiro de tranquilidad ufffffff. No ha sucedido nada pero te han transmitido perfectamente que te puede suceder y estas en sus manos.
Ya en Sheremetevo es mejor que vengan a buscarte, vino Angel, el padre de Lola, porque hay muchos taxistas oficiales y espontáneos que están deseando entres en su coche y es mejor por tu seguridad que ni se te ocurra. El crimen con extranjeros es muy habitual.
Hora y media hasta casa, y eso que Litcarino está muy cerca de Moscú, pero las distancias son inmensas, accidentadas y lentas por el mal estado de las carreteras (hoy sigue quizás peor aún por las caravanas).
Cuando vino Jesús, tras la disolución de la URSS, hubo que estudiar la opción mas segura para trasladarle del aeropuerto a la ciudad. No era fácil encontrar un taxista seguro pues se percatarían de que era extranjero. La opción, muy incomoda y casi tercermundista, fue ir en el autobús de linea que salía desde la última estación de metro mas cercana. Casi una hora apelotonados en un autobús micronésico en el que para entrar había que sufrir la “tolpá”, una masa de gente entrando a empujones, con codazos incluidos, para pillar sitio sentado hasta rebosar pasillo hasta la puerta de la que se colgaban, presionando hacia dentro, extrayendo el escaso aire que quedara en sus gruesos abrigos. Autobús y “tolpá” son inseparables en Rusia, un “exito de la planificación soviética“.
En los viajes interiores no podía conseguir billetes legales por no tener en mi visado tantas ciudades como visité. Los viajes fueron informales, con la ayuda de rusos que me compraban el billete de tren o avión, como si fuera para ellos. Curiosamente mi aspecto moreno y mal ruso no se diferenciaban demasiado del mal ruso y aspecto de los georgianos. Una chaqueta bolcheviskaia y el correspondiente gorro hicieron el resto.
Es muy habitual usar el avión en viajes interiores, La URSS es más del doble del tamaño de EE.UU. Los aeropuertos de vuelos interiores eran muy similares a estaciones de autobús y la forma de subir al avión recordaba la “tolpa”. Solo nos salvábamos quienes traíamos pasaporte extranjero a quienes nos llevaban a parte para subir antes de que saliera la estampida, los billetes interiores carecían de reserva.
El viaje en tren era muy habitual, la red ferroviaria rusa es inmensa y sus largas distancias recuerdan el viaje en tren mas largo del planeta, el transiberiano con el servicio de té que en general todos llevan.
Atravesar Moscú en metro lleva una hora. Si no fuera por el metro Moscú sería un conjunto de áreas inconexas. Los autobuses están organizados alrededor de sus paradas. Era imposible viajar en autobús al centro desde Litkarino, llegaba solo hasta la primera estación de metro.
Litkarino era una pequeña ciudad industrial del sur de Moscú. Durante años no existió en los mapas. Tenía una sola carretera de acceso atravesando un larguísimo bosque. Muy pocas personas trabajaban regularnente en Moscú, la fabrica de misiles subterránea, la fábrica de óptica que hacía de tapadera en su superficie y una fábrica de prefabricados de hormigoń empleaban a la inmensa mayoría. El plan económico nunca consideró la posibilidad de viajes numerosos a Moscú, tampoco interesaba que trabajadores sensibles por su empleo se movieran demasiado. Cuando el modelo soviético estaba ya en quiebra, y un poco antes hizo insufribles los viajes a o desde Litkarino, No había forma de entrar en un autobús, era tan desesperante que sin darte cuenta actuabas como uno mas de la “tolpá” Luego en el autobús entraba en juego la educación rusa que exige dejar el sitio a mujeres o ancianas, sin emitir una palabra, solo con una profunda y cortante mirada. Es de las pocas veces que reconocí en los rusos la picardía, miraban siempre donde no hubiera mujeres o ancianas.
La escasez del transporte por carretera generalizó los taxis informales. La gente espera en la calzada haciendo gestos a los coches particulares que te llevarán si vas en su recorrido pagando una cantidad fija por persona. En Litkarino recuerdo llegó a haber mas viajeros para “marchutki” (una furgoneta ampliada con asientos extra) que para el autobús. Era mas fácil que cambiar el plan.
Afortunadamente conseguí trabajo en la Agencia EFE y con el un visado que menguó considerablemente las dificultades. Pasé a ser un empleado de una empresa extrajera, un privilegiado con visado diplomático. Aunque no me hubieran pagado, solo por el visado, habría merecido la pena.
Con el luciente visado ya no necesitaba permiso en cada ciudad, pero no por ello dejé de sentirme vigilado. Los billetes se obtenían en una oficina exclusiva para extranjeros, obviamente controlada por la seguridad del estado. Lo pude comprobar el día que al pié de la escalera del avión en Karaganda (kazajstán, asia central) me estaban esperando cuatro hombres del KGB de dimensiones considerables.
Me expulsaron de Kazajstán (lo explicaré en otro episodio) y me ayudaron a irme cuando ya había decidido el regreso definitivo a Madrid haciéndolo ostentosamente palmario.
Vivía por aquél entonces en un piso “kbartira” de la zona del metro Park kultury, ya era cara conocida para los vecinos que sabían lo estaba alquilando ilegalmente. Casi no usaba el teléfono por inseguro, como todos los teléfonos en Rusia, y me llamaron con un español de fuerte acento ruso para aclararme que sabían done vivía, donde trabajaba y qué estaba haciendo en Rusia. Se permitieron hasta una broma chovinista sobre el sistema socialista que oficialmente en aquel momento ya no existía. Resumiendo me ofrecieron pasar por el cercano edificio de Novi Mir a recoger los billetes de regreso, cerrados ya con día y hora de vuelo.