Cambio de vida

Es algo que pensamos (cambiar de vida) y puede que hagamos, aunque no es sencillo. El mío lo he contado a algunas personas pero nunca lo he escrito, como suele hacerse en sitios como esta página. Ayer regresando de Getafe (Madrid) me di cuenta de que había que hacerlo para que se entienda la distancia que ahora me separa de allí, que es mucho mas que los kilómetros, que los hay.

Hace años, en mi antiguo blog, usé este mismo título CAMBIO DE VIDA para avisar de lo que venía. No di muchos detalles porque no se podía; mi vida dependía de cosas que no controlaba por mi mismo. Ya toca contarlo transcurridos casi nueve años.

Ahora vivo en El Bierzo (León) en una casa que tiene mas de 300 años a la que he dado nueva vida con el trabajo de recuperación que he hecho a lo largo de diez años. Como todo aquello que se mima tiene nombre: Vierden. La compramos en una escapada exprés siguiendo el consejo de una amiga que decía que esta tierra es un paraíso. Vinimos, nos encantó y en el siguiente viaje trajimos una tarjeta de visita ad hoc, que repartíamos en los bares, que decía `Compro casa de pueblo con tierra para reformar‘.

Recuerdo que cuando la vimos quedamos magnetizados por ella como si nos hubiera inyectado un elixir de dependencia que nos forzara a quedárnosla. Mi hija dijo cuando lo supo que nos habían comprado invitándonos a comer y a hacer una excursión por el monte, y es cierto que tales cosas sucedieron, pero no que nos compraran. La idea era que nos gustaba El Bierzo y cumplía con los mínimos para que ella también nos gustara una vez restaurada.

Pasaron nueve años con viajes de fin de semana cada 15 días en los que veníamos a trabajar en la restauración pensando con ilusión de ‘quiero bonito todos los días’. En tanto tiempo sucedió de todo, lo mas importante la muerte por cáncer de Lola y que, en la pena, encontré nueva compañera para la vida, Helena, con quien seguimos el peregrinaje de los fines de semana.

Tuvimos tres años para madurar nuestra nueva relación en lo que pusimos gran empeño: casa común en Getafe, compromisos sociales comunes e implicación en nuestras vidas y bagaje. En el bagaje iba mi trabajo como, informático en la dirección de informática de Renfe Operadora que ya por entonces carecía de futuro (ya os lo contaré ;)).

En ese tiempo consideramos nuestra nueva situación también desde el plano económico, y no salían las cuentas: Madrid es carísimo para vivir y el nuevo ingreso que aportó la pensión de viudeda desaparecía casi todo en las garras de Hacienda. En el pueblo sin embargo, con menos ingresos, obteníamos muchas ventajas: menor coste y mayor calidad de vida, retorno a la naturaleza, cultivo de la tierra, todo el tiempo en nuestras manos y trabajar para nosotr@s mism@s. El dinero, a pesar de reducirse considerablemente, daba para más. Llegábamos a fin de mes quedando más que en Madrid.

Intenté un acuerdo en el trabajo para dejarlo con buen sabor de boca para tod@s, pero fue con poca fortuna. A mi jefa, que no era de las peores a pesar de no haber cumplido lo que me prometió al irme con ella, le dije textualmente que ‘mi futuro profesional en la empresa ya había alcanzado su techo máximo posible, que sabía que no podía esperar nada y que por tanto mi futuro profesional no existía, que no me interesaba continuar en la empresa‘. Aceptó, por lo menos me lo dijo, que me buscara la formula para salir con bien de allí.

La sordera fue total, me cerraron todas las puertas. Hubo la posibilidad para algunos trabajadores que dejaron la empresa cobrando el paro en su camino para cambiar de empleo, también hubo prejubilaciones, si no entré en ninguna de estas vías fue sencillamente porque carecía de las influencias necesarias lo cual en Renfe Operadora era requisito sine qua non.

La salida me la facilitó la nefasta reforma laboral que recientemente había sido aprobada: La ausencia injustificada del trabajo durante más de ocho días laborables continuados suponía el despido legal, sin derecho a indemnización, por muchos años que tuviera cotizados. Eso mismo hice, cogí mis vacaciones de navidad (festivos mas días pendientes de las vacaciones anuales) y organizamos el traslado de forma que el día que debía volver al trabajo ya estaba en el Bierzo.

El despido se ejecutó con la mecánica de la ley, mis jefes no pudieron hacer otra cosa que cumplirla, aunque refunfuñaran porque había conseguido escaparme. El último jefe directo que tuve perdió al único indio que justificaba su cargo y yo me sentí libre por primera vez en muchos años.

Aún hoy sigo pensando que es la mejor decisión que he tomado en mi vida.

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